«Llego a casa. No dejo de pensar en lo que acabo de vivir. Mistress Bibianne ha querido contar conmigo para esto. Es un honor para mí. Vengo preparada, puntual. Traigo mi libreta para tomar apuntes. Me visto de negro, me aliso la frondosa y larga melena. Y cuando suena el timbre, empieza la acción. No puedo evitar sonreír al ver al cachorrito que se presenta ante nosotras. Me pregunto qué hará Mistress Bibianne con él. Anoto las primeras órdenes que le da, que son servirnos el té, junto a unas galletas que él mismo ha traído. Lo hace con la boca, sin poder hablar. A Mistress Bibianne no le interesa oírlo, solo que obedezca. Es un objeto, lo trata como tal.
Nos complacen las galletas: son de primera calidad, tal y como corresponde a un perrito fiel a su dueña. Pero eso no lo salvará de lo que le espera. Mistress Bibianne lo usa a su antojo, lo pasea, se monta sobre él, le estimula los pezones y yo miro, anoto y miro otra vez. Me fijo en esa colita tierna y roja que va despertando.
Los azotes se oyen fuertes, claros. Representan poder. Autoridad absoluta, una magia oscura y desbordante que escapa de la fusta y se cuela entre las pieles del pobre, pobre cachorrito, que gimotea sin parar. Ni la mordaza lo silencia. Y eso, como es de esperar, disgusta más a Mistress Bibianne. Al salir, soy alguien distinta. Más cultivada, más ilustrada. He observado a una de las mejores en acción emplear su maldad, en un entorno consensuado y seguro. Estoy convencida de que, aprendida la lección, el perrito volverá suplicando por más.»
-Lady Kris
